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El Nobel de la Paz para Corina Machado, una mancha en la historia del premio
Lejos quedaron los tiempos en que el Nobel de la Paz se lo otorgaban a alguien como Adolfo Pérez...
Lejos quedaron los tiempos en que el Nobel de la Paz se lo otorgaban a alguien como Adolfo Pérez Esquivel, la bandera de los derechos humanos en una Argentina desolada por la Dictadura Militar.
Lejos quedó esa época en que la indígena Rigoberta Menchú lo recibía en medio de tantos militares golpistas y asesinos de una Guatemala profundamente herida por la doctrina de las Escuelas de las Américas.
Hubo, eso sí, un terreno donde lo recibieron desde Henry Kissinger hasta Barack Obama — prueba irrefutable del desprestigio con que la Academia Sueca ha socavado ese premio. Hoy lo recibe Corina Machado: no hay persona con menos credenciales en derechos humanos y paz global que ella.
Corina Machado nació en Caracas en 1969, en el seno de una familia ligada al mundo empresarial y político venezolano. Su padre, Isidro Machado, fue dirigente gremial automotriz y participó en la resistencia contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Estudió ingeniería en la Universidad Católica Andrés Bello y más tarde incursionó en el activismo político. Fue cofundadora de grupos opositores al chavismo desde temprano, como Súmate y en 2012 fue candidata a la Asamblea Nacional por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
Machado alcanzó visibilidad internacional al hablar de Venezuela en foros en Europa y Estados Unidos, participando en campañas contra elecciones que consideraba fraudulentas y promoviendo sanciones contra el gobierno de Nicolás Maduro. Ha sido una figura polarizadora: para sus seguidores representa una voz de lucha contra la autocracia; para sus detractores, una aliada de la presión externa contra el pueblo venezolano.
En su historial, sin embargo, no hay acciones comprobadas de mediación pacífica o defensa convincente de derechos humanos universales. Su discurso se inclina claramente en favor de Israel, a menudo presentando la narrativa palestina como equivalente al terrorismo. Ha abogado públicamente por la intervención de Donald Trump en Venezuela para derrocar “la dictadura de Maduro”, lo cual coloca la política de fuerza por encima del diálogo.
Que se le confiera un Nobel de la Paz en esas condiciones equivale a una burla al legado del premio. El Nobel no nació para consagrar vencedores, sino para reconocer aquellos que arriesgan la seguridad por la reconciliación. Machado representa la pulsión guerrera, no la de la paz. Su voz, lejos de tender puentes, insiste en muros, polarización y castigo.
Dar el Nobel de la Paz a quien ensalza el conflicto es cerrar un capítulo vergonzoso: aquel en que el nombre del premio se convirtió en bandera de los fuertes, no en estandarte de los desplazados y los silenciados.
Corina Machado representa sin dudarlo la mirada imperial de los Estados Unidos y de Donald Trump: si un gobierno no se pliega a sus intereses, queda marcado como prescindible. No caben matices ni acuerdos diplomáticos; la disidencia se traduce en sanciones, desestabilización y, cuando hace falta, en intervención. Esa lógica imperialista y neoliberal define una regla brutal: la soberanía que choque con Washington paga el precio de su independencia.
Desde la perspectiva de la política exterior estadounidense, la tolerancia tiene límites: los gobiernos que no alinean sus políticas con los intereses de la Casa Blanca terminan bajo presión económica, campañas de desprestigio y, en ocasiones, medidas directas para su reemplazo. Esa mirada, sustentada en prácticas imperialistas y en la ortodoxia neoliberal, convierte la soberanía en privilegio sujeto a la capacidad de agradar o resistir.
La lección es vieja y amarga: no puedes sostener un gobierno con el que Estados Unidos no esté de acuerdo. Si lo intentas, te expones a las “fauces” de un orden imperial y neoliberal que come la soberanía ajena con sanciones, propaganda y—cuando hace falta—acciones más drásticas. Ese es el telón de fondo que explica por qué hoy algunos premios, decisiones y liderazgos suenan tan ajenos a la justicia.
Por eso, las miradas que festejan el Premio a Corina Machado me conmueven tanto. No saben lo que dicen. ¿Comparar al pueblo venezolano con los gazatíes asesinados de Israel? La derecha y la ultraderecha están en todos lados, incluido en la Academia Sueca.
14 de octubre de 2025, 10:22
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