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Lydiette Carrión y el feminicidio mítico: cuando la violencia se vuelve mercancía
La muerte violenta de una mujer convertida en mercancía y, peor aún, en un relato que ordena lo decible sobre la vida de las mujeres. Ese circuito es el que estudia Lydiette Carrión en Feminicidio mítico (Debate), un libro que interroga los modos en que la cultura occidental narra, estetiza y comercializa la violencia de género.
El itinerario se repite con variaciones crueles: ocurre un feminicidio que sacude a la opinión pública; la prensa reporta durante semanas; poco después aparece una serie “inspirada en hechos reales”, una película, una canción; con el tiempo, una marca de lujo despliega una campaña que estiliza la escena del crimen.
La muerte violenta de una mujer convertida en mercancía y, peor aún, en un relato que ordena lo decible sobre la vida de las mujeres. Ese circuito es el que estudia Lydiette Carrión en Feminicidio mítico (Debate), un libro que interroga los modos en que la cultura occidental narra, estetiza y comercializa la violencia de género.
Carrión no escribe desde la distancia. “Dediqué muchos años a la cobertura y a la denuncia de la violencia de género”, recuerda. En redacciones, manuales, talleres y crónicas, aprendió el mapa del horror y también los vicios del oficio. “Detecté que mucho de lo que contábamos pasaba la barrera de la prensa: series estadounidenses retomaban casos que había cubierto y lo que me hizo estallar fue encontrar fragmentos de historias reales en publicidades de moda femenina. Ahí entendí que había que investigar más allá”.
El libro propone un concepto que incomoda por su precisión: ambiente feminicigénico. Así como se habla de entornos obesogénicos —espacios donde resulta estructuralmente difícil alimentarse de forma sana—, Carrión sugiere que habitamos una atmósfera cultural que produce y reproduce el consumo de historias de feminicidio, en particular del denominado “feminicidio sexual”. No es un fenómeno aislado ni una suma de piezas “de mal gusto”: es un sistema.
“Casi cada mes se estrena una serie de televisión donde una trama de asesinatos sexuales contra adolescentes organiza el entretenimiento”, dice. “El relato no solo informa; ordena el mundo en términos de qué puede hacer una mujer y qué no y qué discurso se hará sobre ella si llega a ser víctima de un crimen”.
Esa maquinaria necesita engranajes: prensa, true crime, cine, literatura, publicidad. El resultado no es únicamente la espectacularización de la violencia, es también la mitificación de las víctimas y la centralidad del victimario. “En cuanto el asesino habla, todo lo demás se borra”, explica, evocando el caso emblemático de Goyo Cárdenas: entrevistas, perfiles y una suerte de biografía redentora que desdibuja a las mujeres asesinadas y a sus familias.
La prensa frente al espejo
Carrión conoce de primera mano el dilema profesional. “No se trata de atacar a nuestros colegas. Muchas de las prácticas que critico las cometimos nosotras mismas antes de tener herramientas para verlas”. De ahí que Feminicidio mítico dialogue con un trabajo previo de formación y autocrítica: talleres y un manual para reportear feminicidios (2019) pensado para evitar la revictimización.
La autora vuelve sobre una pregunta incómoda: ¿qué perdemos cuando trasladamos un caso a la página o a la pantalla? ¿Cuánto se distorsiona en el paso de la realidad a la representación? El libro observa ese tránsito y revela lo que “se pierde en el fuego”: el contexto social, la voz de las sobrevivientes, la complejidad de las redes de impunidad, la precariedad institucional. En su lugar, emerge un molde narrativo reconocible —la joven bella, el monstruo, la persecución— que funciona como entretenimiento y deja intactas las estructuras que permiten la violencia.
Para desmontar ese molde, Carrión se sumergió en un posgrado y rastreó mitologías de larga duración: de la Biblia a la novela moderna, del canon occidental a la cultura pop. “Quise entender por qué ciertas imágenes —la mujer hermosa asesinada, la culpabilización implícita, la fascinación por el criminal— nos interpelan tanto”, dice. La búsqueda no pretende “cancelar” autores ni prohibir obras; más bien, leer con conciencia crítica aquello que amamos. “Podemos gozar Las mil y una noches o Veinte mil leguas de viaje submarino y, al mismo tiempo, preguntarnos por las ideas que arrastran”.
Esa arqueología de relatos desemboca en dos estudios de caso contemporáneos: cómo se reportearon crímenes reales, qué se omitió y de qué manera sus elementos reaparecieron en productos culturales y en campañas de moda. La autora recuerda episodios recientes en los que la estética del “escenario del crimen” se usó para vender bolsas o zapatos. “Cuando uno piensa ‘¿cómo se les pudo pasar?’, lo que ve hacia atrás son prácticas con décadas”, afirma.
El tramo más perturbador del circuito es, quizá, el de la alta moda: una industria que toma los residuos simbólicos del feminicidio y los convierte en deseo. Fotografías que erotizan la violencia, utilería de “evidencias”, mujeres posando como cadáveres glamurizados. “Me es absolutamente condenable”, dice Carrión. Como investigadora subraya que no es cuestión de “manzanas podridas”: se trata de lógicas sistémicas. Las organizaciones feministas han logrado que algunas campañas vinculadas a casos reales sean retiradas; sin embargo, el problema persiste “más allá de lo directamente referencial”, como un lenguaje de la violencia que se naturalizó.
¿Qué hacer?
La pregunta aparece una y otra vez en presentaciones y conversatorios. No hay respuestas sencillas. Carrión distingue niveles: la cobertura mediática, las responsabilidades institucionales, la prevención y la educación. En el espacio periodístico, propone criterios de edición que desplacen el foco del agresor, eviten la morbosidad y contextualicen cada caso. En el plano social, recuerda que la mayoría de los feminicidios se inscribe en el ámbito íntimo —parejas, exparejas, familiares— y que los refugios y las redes de protección son indispensables. “Abatir la delincuencia organizada donde corresponde, reformar cuerpos policiales infiltrados, combatir la pobreza y educar en igualdad desde la infancia: el horizonte es enorme”, admite. Y, aun así, la transformación cultural es inaplazable.
Durante la pandemia, la violencia doméstica se incrementó en buena parte del mundo. La autora lo lee como síntoma: el estrés social descarga su fuerza sobre los eslabones históricamente vulnerados —mujeres, niñas y niños—. El escenario no es inamovible; hay avances y retrocesos. Pero el termómetro actual exige vigilancia y memoria.
Uno de los hallazgos del libro es el modo en que el mito captura las biografías. Tras el crimen, los discursos tienden a culpabilizar a la víctima —sus decisiones, su vida íntima, sus amistades— y a minimizar la responsabilidad del agresor. Al mismo tiempo, proliferan narrativas que buscan “meterse en la cabeza del asesino”: humanizarlo, ofrecerle una coartada psicológica, convertirlo en personaje fascinante. “En México ha sido muy claro: se entrevista y se entrevista al agresor. En ese momento él tiene la posibilidad de decir lo que quiera sobre la víctima”, advierte Carrión.
El resultado es doble: por un lado, la espectacularización; por el otro, la pedagogía oscura de lo posible, que define qué vidas merecen duelo y cuáles pueden ser utilizadas como argumento. Aquí ancla el título del libro: Feminicidio mítico no trata de “mentiras” sino de relatos fundacionales que siguen ordenando nuestra sensibilidad. Identificarlos es un paso.
De La fosa de agua a Feminicidio mítico
Antes de este volumen, Carrión publicó La fosa de agua, una investigación estremecedora sobre desapariciones y feminicidios en el oriente del Estado de México. Allí la autora rozó los límites del horror y la impotencia. “Este nuevo libro es más meditado”, confiesa. “Sigue siendo doloroso, pero intenta comprender qué narrativas nos habitan cuando cubrimos y consumimos estas historias”.
La pregunta que recorre sus páginas no busca moralizar el consumo cultural —nadie está exento de ver una serie de true crime—, sino desautomatizar la mirada. ¿Qué disfruto cuando disfruto? ¿Qué silencios legitimo cuando comparto cierto titular? ¿Cuándo la crítica se convierte, sin quererlo, en promoción?
Hay, en Feminicidio mítico, una convicción que desmiente el cinismo: la representación importa. Cambiar los modos de contar no resuelve por sí solo la violencia, pero modifica el clima simbólico en que esta se reproduce. Carrión apela a una ética de la narración que recupere la voz de las víctimas y de sus comunidades; que rehúya la espectacularización; que cuestione los marcos patriarcales que vuelven “natural” lo intolerable.
El libro es, también, una invitación a pensar el consumo: a reconocer cuándo la estética del crimen se disfraza de lujo; cuándo la moda, la música o la publicidad nos devuelven una escena “bella” cuyo sustrato es un cuerpo violentado. “No se trata de banear bibliotecas ni cancelar autores —dice—, sino de leer con conciencia”.
Hoy, mientras nuevos casos conmocionan a México, Argentina y tantos otros países, la reflexión de Carrión vuelve a poner el dedo en la llaga: la cultura que habitamos alimenta —o desalienta— la violencia. Hacer visibles sus mitos, denunciar el circuito que convierte el dolor en mercancía y sostener una práctica periodística responsable son tareas urgentes. No bastan, pero importan.
Feminicidio mítico es, en ese sentido, algo más que un libro: es una herramienta para desmontar los relatos que nos piensan. Y quizá, también, un punto de partida para imaginar otro modo de contarnos, donde la vida —no su espectáculo— sea el centro.
21 de octubre de 2025, 00:00
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